MAS ALLA DE LAS BARRAS Y LAS ESTRELLAS
En el año del Señor de 1598, dos décadas antes de que el Mayflower desembarcara a sus pasajeros en Plymouth Rock, el expedicionario español Juan de Oñate establecía los primeros asentamientos permanentes en el norte del actual estado de Nuevo México.
Desde entonces, en esa parte del país nunca se ha dejado de hablar español, hasta el punto de que los nativos de esas tierras que conservan el idioma utilizan un dialecto único proveniente del español colonial del siglo XVII.
De hecho, el idioma original de esas tierras ha ido apagándose desde que la integración del entonces norte de México a Estados Unidos tras 1848 abrió las puertas a la llegada masiva de angloparlantes, los cuales fueron imponiendo su lengua hasta reducir la presencia del español.
Por eso resulta ridícula e indignante la ignorancia que propulsa en los pasillos del Congreso la declaración del inglés como idioma oficial de los Estados Unidos, en lo que califican de una medida de defensa de la lengua de Shakespeare hablada por 280 millones ante la supuesta invasión de unos 30 millones de parlantes de la de su contemporáneo Cervantes.
“Aunque el inglés se convirtió al cabo del tiempo en la lengua dominante en los Estados Unidos, el español jugó un papel importante en los primeros paisajes lingüísticos del país, dado que la influencia española se había extendido a cada una de las regiones del país para mediados del siglo XIX”, explicó Phillip M. Carter, profesor del departamento de Lengua y Literatura Extranjera de la Universidad Estatal de Carolina del Norte.
En una breve disertación aparecida en un reportaje del canal público PBS titulado Do you speak American?, el profesor Carter señaló que el español llegó a Estados Unidos antes que el inglés.
Ambas lenguas, agregó, han convivido durante 400 años, por lo que considera “un mito” la presencia del español como un fenómeno nuevo llegado de fuera.
El sarampión del English Only se ha reproducido periódicamente en el cuerpo de la sociedad estadounidense desde tiempos coloniales, aunque en el pasado los blancos de la ira patriotera han sido el alemán, el chino o el japonés.
El primer Congreso de la historia estadounidense llegó a poner a votación la traducción al alemán de todas las leyes federales, aunque la propuesta nunca cuajó.
Los argumentos patrióticos presentados en todos los debates lingüísticos del pasado contienen un inquietante eco que los hace familiares en el debate actual sobre el idioma de los Estados Unidos, un país que supuestamente fue creado por inmigrantes de todo el mundo.
Los llamados a la unida nacional, el desdén por lo foráneo, el temor a la disgregación del país, la asunción que los otros tienen menos derechos que los angloparlantes…
Supongo que también debería parecer insultante que en los años 20 cuando las calles del bajo Manhattan se inundaban de italiano para celebrar la fiesta de San Genaro, el patrono de Nápoles, como ilustra con maestría Francis Ford Coppola en la segunda parte de El Padrino.
En el fondo, los partidarios de las prohibiciones y las iracundas defensas de las esencias patrias tienen un limitado entendimiento del concepto de país que debe ser los Estados Unidos.
Saludan a su bandera, pero no la entienden más allá de las barras y las estrellas. Les encanta hablar de que Estados Unidos es un lugar especial, pero ignoran su historia y lo que representa.
Porque el español no es un idioma extranjero en California, Arizona, Nuevo México, Texas, Colorado, la Florida o Puerto Rico. El inglés fue el que vino de fuera, no al revés.
Esa es la historia
jueves, noviembre 09, 2006
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